El
período entre 1959
y 1975 supuso
un crecimiento económico para España sin precedentes, al que
contribuyeron una serie de factores favorables: la expansión generalizada de la economía
capitalista, la llegada de capital extranjero, la instalación de grandes
empresas multinacionales, etc. Al mismo tiempo, España recibía las divisas que
aportaban turistas y emigrantes, con las que hizo frente a la compra de
petróleo, a la importación de bienes industriales y a la nivelación de la
balanza de pagos.
Durante esta época el estado puso en funcionamiento
los planes de desarrollo y una política regional basada en los polos de
desarrollo y promoción, entre los que destacaron los de Huelva, Córdoba,
Granada o Burgos.
A pesar de que los planes de desarrollo
no dieron los resultados previstos, se consiguieron objetivos muy importantes,
el más notorio de los cuales, sin duda, fue que el PIB alcanzó un índice de
crecimiento anual en torno al 7%.
Por todo ello, la industria española
mejoró notablemente y alcanzó un alto grado de diversificación en su producción
de bienes de equipo, de uso y de consumo, aunque siguió acusando los efectos
negativos de la gran dependencia tecnológica, de las importaciones y de una
inadecuada estructura empresarial.
El desarrollo industrial de los años 1960
se localizó en las regiones que tenían mayor tradición industrial y en sus
áreas adyacentes, lo cual agravó los desequilibrios regionales. Se generó una
dicotomía entre los tres espacios más industrializados (Cataluña, País Vasco y
Madrid), que concentraron casi las tres cuartas partes de las inversiones
multinacionales y del empleo recién creado, y, por otra parte, la Meseta,
Galicia, Extremadura y Andalucía, que acusaron una pérdida de significación
industrial.
El modelo industrial de la década de 1960
hizo que aumentaran las diferencias entre regiones ricas y pobres, lo que
incidió en los procesos demográficos de emigración y de éxodo rural que vivió
la población española y que vinieron a incrementar aún más los propios
desequilibrios.
Al final del período, la industria
española experimento una profunda crisis, al debido a sus deficiencias
estructurales y de la dependencia energética. Por último, el encarecimiento de
la energía, causado por la gran subida de los precios del petróleo en 1973,
incrementó los costes de producción.
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